lunes, 20 de julio de 2009

taRde


Tarde, tarde como siempre…tarde una vez más, como tantas otras pero en este caso se

iba a convertir en la definitiva. Ya no se iban a permitir las prórrogas ni los prestamos

de tiempo y conciencia que siempre sirven para desenmarañar los punzantes golpes de

aguja acometidos con saña sobre lo que realmente importa.

Es curioso darse cuenta cuando el reloj ya ha formado el montoncito de arena en el polo

inverso del cristal, pero eso, amigo mío, es algo que caracteriza a la raza más

estúpidamente inteligente de todo el globo.

Siéndote sincera, nunca creí que sería posible llegar al final de nuestra historia pero supongo

que lo único que nos queda es una página en blanco y una portada trasera con el resumen de

nuestros días, un golpe seco producido por una mano al cerrar lo que un día fue mi vida y el

tacto frío de una estantería en la que seré depositada mientras espero que el polvo me ahogue

y el paso de los años amarillee mi alma corrompiéndola con la fuerza del veneno más letal.

Y lo peor…lo peor es el dolor, el dolor de esos recuerdos atravesando mis venas, haciendo

arder las últimas reservas de felicidad que un día me diste y que de un modo u otro narcotizan

mis sentidos mientras intento hacerme a la idea de que lo único que me queda de ti es un

esbozo difuminado de tu sombra. Después de leer por quinta vez la carta lo que más curioso

me resulta es que aún apuro con insistencia la esperanza, repartiéndola de forma homogénea

y perfilando cada esquina del folio aunque sin aventurarme demasiado a mirar más allá del

borde del papel , a partir del cual el retroceso es impensable , si bien, ya lo único que poseo

es un conjunto de esquinas que, por doquier , reducen el minúsculo escenario por el cual estoy

autorizada a realizar movimientos ortopédicos y frágiles debidos al atrofiamiento de mis

ideales más puramente humanos.

No pretendo llenar grandes maletas ni glorificar la felicidad que se definía en mis sonrisas

cuando nuestra única preocupación consistía en no llegar a casa con los pantalones llenos de

barro.

Ahora mi barro no consiste en agua y tierra, sino en desesperación e impotencia , en furia y

desasosiego y en lágrimas saladas que contrarrestan el sabor de los momentos dulces que me

hiciste vivir no tanto tiempo atrás.

No me hago a la idea de no volver a sentirte detrás de mi espalda como punto de apoyo

o al otro lado del teléfono como fiel interlocutor que no pierde detalle sobre una historia que aún

no tocando ninguno de sus hilos estabilizadores se convierte en el centro de toda su existencia

hasta encontrar la tecla que la convierte en una melodía totalmente armónica , totalmente

afinada. Siempre valore ese aire de taquígrafo en ti.

Lo único que pretendo llevarme es una vieja entrada de cine sobre la que aparece

discretamente escrito el nombre de aquella película que vimos una y otra vez y una foto

dedicada con palabras sencillas que sin embargo evolucionarían hasta constituir un himno

grandilocuente que nunca dejaría de defender y que me atribuiría el calificativo de ‘’pedante

sentimental’’ en más de una ocasión.

Vuelvo a leer el papel que nos cita por vez última en una de las construcciones más

imponentes de la ciudad , que se alza desabrida con respecto al resto de los edificios ,

pequeños a sus pies, a los que les lanza una mirada despectiva intentando vejarles.

Es sabido que el renombre y el prestigio en el apellido ornamentan estas últimas reuniones, tal

vez deshumanizando su esencia y colocando lazos negros y flores que , en un intento fallido ,

pretenden esconder las lágrimas.

Cierro los ojos y abro la mano, dejando caer junto con mi entereza el trozo de papel que actúa

como una tijera que corta de forma tajante el lazo que me había mantenido erguida cada día de

mi vida hasta ese momento.

Suspiro y entro en la catedral. La masa de personas que se aglutinan a ambos lados del pasillo

central desaparecen para mí y solo soy capaz de verte a ti, actuando como centro de todo.


Me acerco en silencio sintiendo el frío en mi piel y el ruido de mis tacones repiquetear

duramente contra mis sienes.

Entonces y sólo entonces es cuando me doy cuenta de que tu calendario llegó a su Diciembre

y dejo caer las lágrimas que disuelven flores y lazos, canciones y sonrisas y con una voz

quebrada y retórica me dirijo a ti una última vez: ‘’¿por qué has tenido que irte?’’.